El trastorno del espectro del autismo (en adelante TEA), es una situación personal, consecuencia de factores neurobiológicos vinculados con la herencia genética, en la que existe afectación del funcionamiento cerebral y del sistema nervioso, especialmente en los terrenos del pensamiento, comunicación, comportamiento e interacción con otras personas. No es un estado temporal, puesto que la afectación acompaña a la persona durante toda su vida, y puede tener asociadas otras condiciones personales, trastornos o discapacidades, pero no es necesariamente así en la mayoría de los casos. Y no existen rasgos físicos externos que diferencien a las personas con TEA del resto, siendo que la manifestación del trastorno viene dada por su comportamiento y su desarrollo competencial cognitivo, si bien no hay dos personas con idéntico TEA y, debido a ello, a las diferentes maneras en las que aparecen los síntomas y los diversos grados de gravedad en los que se manifiestan, se habla de un espectro del autismo y del trastorno de ese espectro.
El diagnóstico del TEA no es siempre sencillo, y se realiza observando los comportamientos de la persona y su interacción con el entorno. Pero, siendo el centro educativo un espacio privilegiado para esta observación, la valoración debe ser especializada y multidisciplinar, realizada por especialistas no solo educativos sino también de los campos del bienestar social, psicología y medicina, necesariamente formados en el TEA. El objetivo no puede ser otro que promover una vida digna y satisfactoria tanto para la persona con TEA como para sus familiares, logrando con ello una participación real y efectiva en la sociedad con una inclusión total en todos los ámbitos de la vida. Y, en el ámbito de la educación, aportar a cada menor que se encuentre en un centro educativo la respuesta adecuada a cada situación. Se trata de garantizar su derecho a la educación, su desarrollo integral y su inclusión social.
Es vital que el apoyo a la persona con TEA se haga de forma adecuada desde que se tenga constancia de su condición, que debe observarse de forma muy temprana, puesto que sus manifestaciones varían en función del apoyo recibido y la vivencia que tenga cada persona. Durante la etapa inicial de la vida, tanto en la familia como en los centros educativos, esto cobra especial importancia. Cierto es que el TEA no solo impacta en la persona, sino en su familia y su entorno, por tanto, también en los centros educativos, pero esto puede verse como un motivo de exclusión o como una riqueza para el aprendizaje en una sociedad afortunadamente diversa.
Teniendo en cuenta que, según los datos que se manejan, aproximadamente una de cada cien personas tiene TEA -tres cuartas partes son niños-, el reto de los sistemas educativos, para dotar a los centros educativos de los recursos humanos y materiales necesarios, es ingente. La formación inicial y continua del profesorado es esencial, pero la existencia de perfiles profesionales propios lo es, al menos, en igual medida. Personas preparadas para superar retos en los campos del desarrollo del pensamiento, la comprensión, la comunicación, el comportamiento y la interacción con otras personas, son imprescindibles en los centros educativos, si se quiere dar una óptima respuesta a la diversidad de menores y adultos que conviven diariamente en estos.
Por otra parte, el TEA no debe verse solo como una serie de dificultades añadidas en la labor educativa y formativa, puesto que las personas con este trastorno tienen también asociadas características muy positivas para ellas y para su entorno, ya que suelen ser personas con un alto grado de: sinceridad; honestidad; escucha sin prejuicios; respeto por los demás; sujeción a las normas; atención por los detalles; curiosidad por ámbitos muy concretos; amplio conocimiento sobre temas de su interés; análisis lógico; meticulosidad en lo que hacen; adaptación a su entorno; y soporte de las tareas rutinarias y repetitivas.
Para las familias, la vida durante la etapa escolar se llena de preocupaciones. La falta de seguridad en que tengan los apoyos constantes que necesiten, que el personal de los centros educativos -tanto docente como no docente- esté bien formado y sensibilizado con las diferentes situaciones que se puedan producir en el día a día, y que la relación con las familias sea constante y proactiva, son temas que ocupan muchas horas de desesperanza en quienes deberían tener siempre las mayores certezas sobre todo ello.
Esta situación de nadar contra corriente también la sufren los centros educativos, pues demandan recursos humanos y materiales que casi siempre quedan insuficientemente dotados, así como esfuerzos en formación específica que rara vez se realizan en la medida que se necesitan. Las Administraciones educativas no abordan con la rigurosidad necesaria las necesidades del alumnado TEA, aunque los discursos públicos se hagan sobre los supuestos óptimos.
En todo caso, la gran diversidad interna del TEA lleva a que el sistema educativo tenga varias respuestas para el alumnado, que tienen que ver con el centro en el que se escolariza, pudiendo ser en lo que se conoce como centros ordinarios o en centros de educación especial, cuando así lo requiere la situación. Y, dentro de los centros ordinarios, se pueden encontrar las conocidas como aulas TGD.
La denominación TGD (trastorno generalizado del desarrollo) es un concepto más amplio que TEA, ya que incluye a éste y otra serie de situaciones que afectan al desarrollo de las personas; en el ámbito escolar, de los menores escolarizados. Por ejemplo, cuando el TEA no está ligado a discapacidad intelectual ni a significativas dificultades de lenguaje formal, se denomina Síndrome de Asperger, aunque cada vez se utiliza menos esta denominación.
En todos los casos es vital que se haga una evaluación psicopedagógica del menor para aplicar de forma individual los apoyos educativos que mejor se ajusten a sus necesidades. Normalmente tienen interés en relacionarse con los demás, pero sus habilidades para interaccionar socialmente pueden ser distintas a las esperadas, lo que puede ponerles en dificultades y aislarles de alguna forma por la acción del resto hacia sus comportamientos. La comprensión y empatía hacia su realidad es clave para su perfecta inclusión en la vida diaria.
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