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Por una memoria democrática compartida por mujeres y hombres

Luz Martínez Ten

Secretaria de Mujer y Políticas Sociales. Servicios Públicos UGT. Directora del Proyecto Las Maestras de la República

La democracia comienza a aprenderse en los primeros años escolares, cuando niñas y niños comparte el aula del barrio, reconociéndose como personas únicas y diversas con plenos derechos. El centro educativo es un espacio de crecimiento individual y colectivo, en el que damos los primeros pasos en la construcción de nuestra identidad ciudadana, comprometida con el bien común. Como bien se afirma en el Informe Delors publicado en 1996 por la UNESCO[1], la educación constituye instrumento para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social.

Con este fin nació precisamente la idea de instrucción pública, en el marco de la Revolución Francesa. Era tan importante educar en este nuevo ideal para poder ejercitar la igualdad, la libertad y la fraternidad, “que la educación fue elevada a derecho en la Declaración de los Derechos del Hombre, incluida como preámbulo de la Constitución de 1793 de la primera republicana de la historia francesa. En el artículo 22 se manifestaba que la instrucción era una necesidad común, que debía estar al alcance de todos los ciudadanos”[2] El proceso revolucionario acabó con el Antiguo Régimen y consagró la libertad y la igualdad ante la ley, bases del actual Estado de derecho. Con ella se inicia la Edad Contemporánea.

Las ideas ilustradas quedan reflejadas en España, en la Primera Constitución de Cádiz aprobada el 19 de marzo de 1812. Momento, en el cual tal y como explica Vitorino Mayoral[3], comienza la historia de conquistas y derechos que alcanzaría la meta de mayor desarrollo en la constitución de 1931, siendo seguidamente destruida por el golpe militar de 1936, la Guerra y la dictadura durante 40 años; para ser finalmente recuperada tras el proceso de reconquista de los derechos y libertades democráticas proclamadas en la vigente Constitución de 1978 Y es, a partir de este importante pacto democrático, donde hemos vivido uno de los periodos históricos más largos de vigencia de una Constitución en España.

Como hemos señalado, para el ejercicio de los derechos de la nueva ciudadanía y el desarrollo del concepto de democracia, que nace en la Revolución Francesa, se plantea la necesidad de educar en valores, para cumplir el pacto social, por el cual todas las personas nos comprometemos en la construcción del bien común, que se cimenta en el espacio público.

Si. La democracia se aprende en las aulas, desde la convivencia, desde la formación en valores, desde el reconocimiento de la diversidad, pero también, y de forma muy significativa, desde la memoria. Una memoria que nos lleva a las raíces, que nos cuenta los hechos, que nos señala las contradicciones, y desvela los ideales. Una memoria que da voz a quienes lucharon por los derechos inalienables del presente. Una memoria que enseña el camino del pasado para afianzar el hoy y dibujar el futuro. Con este fin la recuperación de la Memoria Democrática en la edad contemporánea se ha incorporado al currículo educativo a través de la Ley Educativa LOMLOE en concordancia con la Ley de Memoria Democrática.

Además, por primera vez, se pone especial foco en la figura de la mujer. Tal como se señala en el artículo 11, la ley reconocerá a todas aquellas mujeres que tuvieron un papel activo en la vida intelectual y política durante los años de la Guerra Civil y la dictadura. 

Y es sobre la participación de las mujeres, sobre el que voy a intentar reflexionar. Como he comentado anteriormente, la Memoria Histórica es fundamental para el desarrollo democrático y la formación ciudadana. Pero esta memoria será incompleta si se articula solo sobre la mitad de la humanidad: los varones. No podemos hablar de plena democracia, si en ella no se recogen los derechos de la mitad. (No la mal llamada la otra mitad que nos coloca en referencia al varón, sino la mitad, de la misma forma que los varones son la mitad. Razón por la que las mujeres no constituimos un colectivo) que somos las mujeres. Lo cual significa que el relato debe comenzar en la primera constitución, las Cortes de Cádiz, reflejando la realidad que las mujeres hemos vivido en cada periodo. Teniendo plena conciencia de nuestra contribución al desarrollo humano y social. Rescatando nuestras reivindicaciones, aportaciones y luchas. Señalando las causas históricas de discriminación que nos condenaron en largos periodos, de la historia contemporánea, a ser personas marginadas de los derechos de ciudadanía.

A pesar de la falta de derechos, no faltamos a nuestros deberes. Trabajamos en las fábricas, en los periódicos, en las calles, en la escuela…Las mujeres hemos contribuido a la conquista de la democracia con mayúsculas. Reivindicando nuestros derechos a la vez que luchábamos por otro modelo de sociedad. Solo basta recordar las huelgas del pan, a principio del siglo XX, donde miles de vecinas y trabajadoras, tomaron las calles de las ciudades por el bien de la humanidad. Este es solo un ejemplo, de la memoria silenciada. Del olvido de nuestra contribución a los ideales de justicia social, libertad e igualdad.

Si la memoria democrática, nos coloca en los márgenes, entonces será una memoria fallida. En todos los sucesos revolucionarios las mujeres estuvieron presentes. Desde los mítines hasta la guillotina. Desde las calles hasta las barricadas. Las voces de las mujeres excluidas de los derechos se hicieron patentes en la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana de Olympe de Gouges 1791, que marca el inicio de la primera Ola Feminista. Las mujeres somos parte activa de la historia democrática. Luchamos por el reconocimiento de nuestros derechos a la vez que lo hacíamos por el conjunto de la ciudadanía y los ideales democráticos.

No se puede contar solo la historia de una parte, de los varones, y cuando hayamos finalizado el relato, añadir en un apéndice los derechos de las mujeres. Esto sería volver a condenarnos a ser nuevamente marginales.  Es como decir, “hablemos de lo importante y después de las mujeres”. Si lo hacemos así, transmitiremos a las niñas y a las jóvenes que nuestro papel a lo largo de la historia fue de observadoras pasivas. ¿Qué se suponía que hacíamos mientras se debatía en las Cortes de Cádiz, la nueva constitución? ¿Dónde estaban las mujeres? ¿Sentadas haciendo calceta? No. “A pesar de que la Constitución de Cádiz y los discursos oficiales de los poderes públicos proponían alejar a las mujeres de la acción pública y delegarlas al plano del hogar, las necesidades de la guerra anti napoleónica fueron la causa de que diputados y autoridades tuvieran que contar con el conjunto de la población femenina. Ya desde 1808, las mujeres se negaron a contemplar pasivamente el desarrollo de los problemas públicos y lucharon para que se les reconociera su aportación al bien común. De este modo, desde los márgenes legales establecidos por las Cortes, las mujeres se fueron abriendo camino para poder participar de una u otra forma en la esfera pública”.[4]

Este es solo un ejemplo, de un recorrido histórico en el que hemos estado sistemáticamente excluidas. Por esta razón, a partir mediados de los años 80, en España, al igual que había sucedido anteriormente en otros países, se inicia la creación de departamentos de estudios feministas, para investigar sobre la historia de las mujeres, rescatando de una niebla impuesta, nuestra realidad. Este trabajo ingente de investigación y divulgación ha sido y continúa siendo importantísimo. Existen líneas de publicación y formación, además de proyectos de difusión ampliamente reconocidos como la exposición sobre el Voto Femenino del Instituto de la Mujer, el proyecto de las Maestras de la República, de UGT o las Sin Sombrero, del Ministerio de Educación, por citar algunas que rescatan la a aportación de las mujeres al proyecto de la historia actual. Y si bien, este trabajo específico, sobre la historia de las mujeres es de un valor incalculable, a su vez es necesario, introducir en el relato histórico y de la memoria, la realidad de mujeres y hombres.

Tenemos que seguir investigando y trabajando sobre la historia de las mujeres, rescatando sus nombres, contribuciones en todos los ámbitos del saber, el trabajo, la política, la lucha democrática y el bienestar social. Y a su vez, es necesario que esta historia forme parte de la Memoria democrática. No como un punto y aparte, del relato principal, sino colocando nuestra realidad en el corazón de la argumentación. Aportando las luces y las sombras que plantean su exclusión en los procesos constitucionales. Explicando la relación entre los sexos y la situación legal, económica, cultural y política que define los derechos y obligaciones de unos y de otras. Así como la contribución política, ideológica y estrategia de las mujeres y hombres que a lo largo del siglo XIX y XX, se opusieron a la discriminación de las mujeres.

Solo desde el discurso compartido de la memoria, las alumnas y los alumnos se podrán sentir plenamente participes de la defensa de los valores democráticos de igualdad y justicia social. Al rescatar a personas referentes de nuestra historia, estamos haciendo un acto de reparación y verdad, subrayamos la idea de derechos universales para todos los seres humanos, pero además mostramos, que los derechos de las mujeres no son un asunto que únicamente nos concierne a nosotras, sino que es la base de la dignidad de una sociedad. Una idea que defendieron grandes hombres demócratas y que se hizo realidad con la Segunda República, cuando con la Constitución de 1931 se plantea por primera vez el principio de igualdad entre los sexos. En el artículo segundo reconoce que "Todos los españoles (y españolas) son iguales ante la ley". El artículo 36 planteó el derecho de voto: "Los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes". El artículo 53 reconoce el derecho, tanto a hombres como a mujeres, a ser elegidos diputados. El 25, afirmaba que no se aceptaban "privilegios jurídicos por razones de sexo". El artículo 43 otorgaba la igualdad de derechos para hombre y mujer en el matrimonio y anulaba el concepto de ilegitimidad en los hijos naturales. Por último, el 33 afirmaba la libertad de elección laboral y el 40 que todos los nacionales son admisibles en los empleos sin distinción de sexo.

La segunda República hizo mucho por las mujeres, y las mujeres hicieron mucho por la república. Cuando llego la guerra, la defendieron en el frente, en las trincheras, las colonias escolares, en los mítines, en la prensa, en las fábricas. Y cuando se ejecutó el golpe de estado, siguieron defendiéndola desde las cárceles, las escuelas clandestinas, la resistencia al hambre, las redes de solidaridad, el apoyo a los maquis y prisioneros. Durante los cuarenta años de dictadura, siguieron participando en la clandestinidad junto a los compañeros varones para devolver la legítima democracia. En este relato no puede haber equidistancia. Debe de haber justicia y reparación. Desde esa justicia es fundamental hacer un relato compartido por las mujeres y los hombres que hicieron el camino que ahora transitamos.

La Memoria Histórica en el currículo escolar es una asignatura vital, que nos debe mostrar la verdad, restituir la voz robada, explicar los hechos y sus consecuencias, reparar el sufrimiento y el olvido, rescatar las historias secuestradas de sus familias. La Memoria Democrática es el hilo necesario, para que las nuevas generaciones, chicas y chicos, puedan seguir participando de la construcción democrática de la sociedad.

Por eso, para que evitar la exclusión, la educación en la Memoria Histórica debe realizarse con un relato compartido en el que se muestre la realidad de las mujeres y los hombres. Ni la historia puede contarse sin nosotras. Ni la lucha los derechos de las mujeres debe estar en un apartado. No somos una anécdota. No somos un punto y a aparte. No somos una anotación en los bordes de una página. La igualdad debe implicar por igual a mujeres y hombres. El reconocimiento histórico también. Porque sin ellas no seriamos. De la misma que no seriamos sin ellos.

 


[1] Jackes Delors y otros (1996). Santillana, ediciones UNESCO. Madrid

https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000109590_spa

[4] Irene Castells Oliván y Elena Fernández García "Las mujeres y el primer constitucionalismo. 

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2695358.pdf

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